Y por un momento, nos sentimos como en un cuento de hadas. Por suerte ésta vez, nada más como espectadores: el ogro estaba a punto de almorzarse al niño. Luego, cuando regresamos, y vimos que tan amigos ahí seguían, supimos que el niño se había ganado el corazón del gigante. Visto ayer, al lado de la Nikolaikirche.
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